jueves, 5 de mayo de 2011

Yo viajé en un taxi con los ojos de Borges

La crisis surgió apenas lo vi saliendo del muelle internacional del Aeropuerto El Dorado de Bogotá. Ahí estaba él, Aberto Manguel, saludándome y no porque me conociera, para nada, sino porque su nombre estaba en una hoja de papel que yo extendía sobre mi cabeza. El canadiense nacido en Argentina me sonrió y fue a mi encuentro, pues evidentemente yo era el tipo que lo iba a llevar a su hotel después de un largo viaje desde su casa en la campiña francesa hasta Bogotá, con escalas en París y Madrid, y ahí me entró la angustia: ¿cómo carajos le dice uno a ese señor?

Es decir, lentamente y con una maletita de mano venía hacía mi no sólo el autor de "Una historia de la lectura", uno de los libros más impresionantes que ha pasado por mis manos pues muestra a su autor como un Gengis Khan del secreto encanto de leer (cosa que ratifica su "humilde" biblioteca personal de casi 40.000 ejemplares), no sólo uno de los traductores más importantes del planeta, no sólo un editor de prestigio internacional, responsable de antologías de relatos y cuentos que muestran su maestría; no, hacía mí venían los ojos de Jorge Luis Borges.

Entre 1964 y 1968 Manguel fue el joven que el ya ciego Borges eligió para que le leyera ante la imposibilidad que él tenía de hacer lo que más disfrutaba hacer en la vida. Eso, sólo eso, que evidentemente definió la vida intelectual del hombre de barba y cabello blanco al que le estaba estirando la mano con una risita nerviosa en la cara, me tenía conflictuado pues, debo confesarlo, no sabía cómo decirle.

¿Don Alberto? No. No le digo "don" a nadie, y si lo hago es porque me genera exceso de confianza, y evidentemente Manguel no me la generaba. Es más, me tenía intimidado y aún no habíamos cruzado palabra.

¿Señor Manguel? Era una posibilidad que tenía un problema terrible: a esa hora, cerca de las 8 de la noche de este jueves 5 de mayo en una congestionada salida del aeropuerto, yo no tenía ni idea si el apellido del tipo que tenía en frente se decía con acento en la A o en la E. Y eso, aunque suene pendejo, es clave: ¿cómo recibe uno a un personaje de esta categoría, que tiene cinco novelas a cuestas (una de ellas "Noticias del extranjero", un libro durísimo que refleja los traumas que dejó la dictadura militar argentina), que tiene cerca de 20 ensayos de la mayor excelencia, que ha editado más de 15 grandes obras y traducido otras tantas diciéndole mal el nombre?

No, no se puede, eso no se hace. Por eso no sé de dónde, de la nada, del Chinche -qué sé yo-, me salió un: "¡Buenas noches maestro, bienvenido a Bogotá!".

El caso es que el maestro, visiblemente agotado, me saludó de la forma más amable e inesperada. Lo admito, yo estaba listo para lidiar con un ego gigante, ese del tipo que ha leído tanto que se siente en propiedad de hacernos sentir al resto de mortales como una camada de ignorantes que no sabe nada, y lo que me encontré fue a un señor absolutamente encantador que, a pesar del jetlag, del cansancio y del lastre que hace eso en un cuerpo de 63 años, se montó en un taxi conmigo y se puso a hablar.

Sí, yo viajé en un taxi con Alberto Manguel, con los ojos de Borges, y durante 20 minutos sólo hablamos de libros. Me preguntó por la Feria Internacional del Libro de Bogotá, de la que es una de sus principales atracciones (este sábado tiene que ir a ver su conferencia a las 5 de la tarde en el salón José Asunción Silva de Corferias, con la introducción de Juan Estebán Constaín) y celebró el que Ecuador sea el invitado de honor pues, en sus palabras, "la literatura ecuatoriana necesita proyectarse internacionalmente porque no la conocemos en el resto del mundo".

Hablamos del placer de leer, de lo que representa en la formación de un ser humano y de lo maravilloso que es saber que se ha leído y que aún se puede leer más. "Los lectores suelen ser muy humildes Alejandro (sí, ¡me dijo por mi nombre!), y uno de los encantos de leer está en compartir lo que se ha leído y enterarse de lo que otros han leído", señaló.


Discutimos brevemente sobre el reto de ser traductor y ser traducido, de la responsabilidad de tomar la obra de alguien más en su lengua materna y ofrecérsela a un nuevo público en un idioma y con unos modismos totalmente diferentes respetando el trabajo original, y eso nos llevó a hablar de la novela gráfica. Para mi sorpresa el maestro (porque sí, sólo le dije así) está muy interesado en este género y en la figura de traductor que asume el ilustrador con el texto de alguien más. Lo increíble es que fue mi momento de gloria: Manguel, el tipo que se ha leído más de 30.000 libros, el que durante cuatro años fue lector de ese monstruo insaciable de letras ajenas que era Borges, me preguntaba por autores y dibujantes, y yo trataba de mostrar una erudición que nunca he tenido y que al maestro le causó tanta gracia que me dijo: "En este momento en Francia están convirtiendo en novela gráfica una novela corta mía (El regreso, del 2007), cuando la publiquen se la voy a mandar".

Me quedé en silencio por un minuto. Fuera simple cortesía, fuera el desgaste del vieja, fuera lo que fuera, había tenido un momento de complicidad con un escritor que admiro y que tiene un prestigio internacional que obliga a cualquiera a ponerse de pie. Manguel rompió el hielo de nuevo, afortunada y desafortunadamente, pues se confirmó mi sospecha: "Tengo medio cuerpo dormido...", señaló.

Lo bueno fue que no tuve que decirle nada para que siguiera compartiendo ideas: "Hoy en día los escritores somos viajeros permanentes; antes este tipo de eventos eran extraordinarios y se le daba una importancia tremenda al encuentro, al simposio, al congreso de escritores. Hoy todos los días estamos en una ciudad distinta. Somos como vendedores de puerta a puerta".

Y razón tiene. Este viernes estará en el Congreso Nacional de Lectura (que obviamente se realizará en la Feria) y cumplirá compromisos comerciales de su editorial, el sábado dará su conferencia y el domingo viajará a España en donde tiene un evento el lunes. "Te acostumbras y es encantador comprar libros en todas partes, pero a esta edad el cuerpo ya no te da para hacerlo todos los días", dice.

Los ojos de Alberto Manguel muestran cansancio y tal vez por no dormirse en el taxi, tal vez porque de veras le caí bien, me pregunta por este blog, por mi trabajo, me regaña por no haber publicado ningún libro a pesar de dedicarme a escribir ("el miedo a publicar es una excusa para no enfrentar la crítica, y la crítica hace que uno como escritor reflexione", dice), me da una lista de autores de cuentos de fútbol que me deja boquiabierto porque no conozco a más de dos y hace una interesante analogía entre el papel de los bloggers y lo autores de folletines y ensayos en el Siglo XVII.

Luego me pregunta por deportes y de entrada me dice que no es un hombre de fútbol "a pesar de haber vivido mi juventud en un país pasional por ese deporte como Argentina". Me cuenta que jugó rugby, era wing, y no puedo evitar imaginarlo entrenando en la mañana en el Colegio Nacional de Buenos Aires, para luego ir a trabajar a la librería Pygmalion y salir de ahí a leerle durante un par de horas a Borges.

Borges, el tema vedado. El tema secreto. No tengo cara para preguntarle cómo era leerle al mayor mito de la intelectualidad latinoamericana. Además, seguramente en vez de responderme me mandaría a leer "Con Borges", su ensayo sobre el hombre al que el fallecido Ernesto Sabato definió alguna vez como "el infierno".

Pero no tengo que preguntárselo ni él tiene que hablar de eso. El espíritu del amo de la biblioteca está en Manguel quien me confiesa que no necesariamente se lee los libros completamente, que a veces sólo le basta con un fragmento, y que siempre lee muchas cosas al mismo tiempo. En este instante está pendiente de tres trabajos diferentes: una novela policiaca, un ensayo y una serie de relatos. Pero espera recorrer la Feria del Libro de Bogotá y aumentar su colección. Sí, no lo puede negar, es un lector, "un bulímico de los libros" como se define entre risas.

Dejé a Alberto Manguel en el lobby de su hotel después de un apretón de manos fraternal y la promesa de que él me regalaba un libro y yo le mandaba algunos de mis cuentos para que los juzgue. Quedamos de vernos este sábado en su charla y me dijo que le gustaría volver a compartir un taxi conmigo de vuelta al aeropuerto "ojalá con el cerebro más lúcido", lo que me hace pensar que si así es con las neuronas trasnochadas en un día normal debe ser una sobredosis de conocimiento que puede ser peligrosa para la salud.

Salí del hotel sin saber claramente qué hacer, así que me puse a caminar y llegué a la casa acompañado por Pink Floyd en los audífonos de mi reproductor de música. Había compartido un taxi con los ojos de Borges... mientras escribo esto y miro mi realmente humilde biblioteca, es inevitable no sentir que me falta demasiado por leer en la vida.

5 comentarios:

  1. Me gustó mucho el texto. El autor muestra una humildad muy bien expuesta, se nota que es una persona de amar las letras. ¿Hay posibilidad de ver los cuentos de los que habla en algún lugar?
    Me gustaría leerlos.

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  2. Maurice, esperemos que ese miedo a publicar no me gane del todo...

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  3. Muy bonito, "Don" Alejo. Ojalá todos los viajes en taxi fueran así de interesantes :)

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  4. Excelente, me gusta lo que acabo de leer, aunque no soy un lector apasionado, debo reconocer que me inquieta mucho encontrar publicaciones como esta.
    Felicitaciones.

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  5. Aunque el título da (y confieso que eso, precisamente, fue por lo que me dejé seducir) para el más oscuro y necrólatra de los relatos, ninguna decepción siento al final del texto (salvando, desde luego, lo que corresponda por los dos errores de lo que supongo fue digitación).

    Es más: la culpa de este comentario se la imputo enteramente a un intento delicioso de lágrima nostálgica que, tras ese "uno de los encantos de leer está en compartir lo que se ha leído y enterarse de lo que otros han leído", me obligó a darle la razón, irreductible, al man que fue los ojos de Borges.

    Y es que dar uno con alguien que, en razón de ese enterarse y compartir, lo provoque a uno al punto de convertirlo en un hambriento enfermo de literatura y redacción, es un paraíso, furioso, una maldición de la que no se quiere uno salvar.

    Y -enfermedad al fin y al cabo- ¡cómo puede uno necesitar regresar a él cuando la vida lo ha puesto a uno lejos, en la mismísima mierda!.

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