Lo único que me ha molestado sobremanera de esta Feria Internacional del Libro de Bogotá es el desconocimiento absoluto que tenía de Ecuador. Es decir, caigo en los lugares comunes: ¿un escritor ecuatoriano? Jorge Icaza, autor de Huazipungo, ¿un pintor ecuatoriano? Guayasamín, tal vez el indigenista más importante del continente, ¿un músico ecuatoriano? Julio Jaramillo, gran compañero de malos tragos, al que le sumo al gran Olimpo Cárdenas que para mi rima con aguardiente y nostalgia…
Más allá de eso mi conocimiento sobre la cultura ecuatoriana era escaso: sé que existe un cantante muy popular llamado Juan Fernando Velasco (que va a estar en la Feria en concierto este fin de semana… lástima, no me gusta); hace un par de años tuve la oportunidad de conocer y leer a Gabriela Alemán, una escritora genial (y churra), puedo explicar al derecho y al revés las rivalidades futbolísticas entre Guayaquil y Quito, basadas en un regionalismo tremendo y, por supuesto y gracias a YouTube, conozco como si fuera parte de mi familia al Delfín Quishpe, ese ídolo kitsch de canciones sin rima, letras en las que lamenta el atentado a las torres gemelas y colaboraciones prosionistas con la Tigresa del Oriente y Wendy Sulka, pero sobre todo ese protagonista de videos que uno no se puede tomar en serio aunque lo sean.
Eso es triste. Pensar que Ecuador es algo entre Juan Fernando Velasco y ‘Delfín hasta el fin’ es algo en lo que no había caído en cuenta hasta que me di cuenta de que sí, eso es lo que yo pensaba. Y es muy miserable de mi parte.
Es decir, estamos hablando de una nación hermana, de un país vecino, de una historia compartida. Si se compara con lo que sé de cultura peruana o venezolana, mi conocimiento sobre Ecuador es mínimo y, lo peor (o lo mejor si hablamos de mal de muchos consuelo de tontos), es que sé que a la gran mayoría de colombianos también les pasa: sabemos más de la lejana argentina con su música, sus autores, sus letras que de un país al que se puede llegar en carro sin mayor problema…
Por eso darse una vuelta por el pabellón que tiene el país invitado es refrescante, porque uno se da cuenta de que Ecuador tiene muchísimo más para ofrecer y que ese pequeño país que alguna vez integró junto a Colombia una sola república es una nación vibrante y con un hambre por salir del parroquialismo que se contagia.
No se trata de las clásicas muestras de artesanía, que de por sí están muy bonitas y que espero que me quedaran bien registradas en las fotos adjuntas, se trata de un grupo de gente joven que tiene una apuesta intelectual en diferentes campos. La muestra de diseño e ilustración que tiene el pabellón es tremenda, así como el trabajo de los fotógrafos ecuatorianos que exhiben su trabajo en esta Feria.
Es gratificante conocer a escritores como la ya mencionada Gaby Alemán, como María Fernanda Pasaguay, autora de una novela en clave de conversación de chat, o como Juan Fernando Andrade, rockero, cinéfilo, novelista debutante y cronista que no se nos hace desconocido a quienes leemos Soho. Es muy valioso saber que hay un periodista como Diego Oquendo que entiende la cultura como una forma de vida y no como un canon clásico elitista, o que en ese país hay un investigador serio en el tema de la crítica social como Gustavo Abad.
De veras, hay que pasar por el pabellón de Ecuador, especialmente para sentirse mal por menospreciar la producción cultural de un país con el que tenemos tantas cosas en común, y no sólo en términos de tradición sino en el quiebre de la realidad actual de una nación que trata de identificarse entre la pre y la posmodernidad. Porque del Delfín Quishpe de ellos a nuestros Cantores de Chipuco sólo hay una diferencia… el de ellos es más famoso.
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